Nihil novum sub sole o Déjà vu

martes, mayo 10, 2005

Uno y el universo

A veces (no sé en qué momento o por qué o qué es lo que lo hace) uno siente que la piel, por ejemplo, es la natural extensión del aire. Que el sonido no puede sino responder al díastole y sístole de nuestro corazón. Que no puede ser de otro modo: que todo marcha, piensa, ritma y se acomoda en nuestros huecos de los ojos, de la mejillas, de las axilas, de la pelvis, de los cuencos de las palmas y de las plantas. ¿Qué nos concierta con todo? ¿Qué nos desune casi siempre?
Abro mi corazón como flor en primavera, es el único tiempo del año en que acojo la lluvia cósmica de la tarde. Soy entonces el centro infinito de lo diverso. Escucho la música de los planetas, el río subterráneo del deseo que brota de los cuerpos, y acaso de las almas, porque ¿quién separó el deseo del espírituo y se lo abonó al cuerpo? (porca miseria, se entiende espiritual).
Viajo hace el ayer, el presente y el porvenir. Estoy en todos y falto a cada uno. Soy somos. Somos ellos. Estamos amándote, disfrutándome, degustándoos. No hay tiempo, no hay otros, no hay yo.
Disfruto esta evanescencia del yo, cepo traidor y cazazorros. Curiosamente no floto, tengo los pies bien asentados en la tierra. Mis pies descalzos palpan la música interna del calor de la tierra. Aquí donde no hay tierra. Aquí donde no hay música. Aquí donde no hay calor. E puor sí muove. Nada hay que no sea nosotros.