Nihil novum sub sole o Déjà vu

martes, noviembre 20, 2007

Jorobas

De pronto uno carga tanto peso que nos hace jorobarnos. Y desde ahí, desde esa jorobez miramos la vida y claro que la miramos con odio, con rencor porque estamos chuecos.

Pero ese peso lo fuimos adquieriendo poco a poco y por nuestro propio gusto: he aquí un disgusto en casa; allá va un malentendio en el tráfico, súbete; en el trabajo una ira que dejamos crecer porque sentimos que el mundo estaba contra nosotros y todos se confabulaban.

Y nos dábamos cuenta cuando veíamos nuestra sombra proyectada sobre las paredes, pero no queríamos reconocernos. Ese reptil no soy yo. Es la sombra de otro.

Y un día de pronto nos levantamos, nos metemos bajo el agua de la regadera y dejamos que como los restos de una enfermedad se vaya todo por el caño. Y entonces nos sentimos más livianos, incluso caminamos más erguidos, más homo sapiens sapiens y salimos a la calle y ya no miramos desde abajo, agazapados, ni tenemos ese enorme bulto sobre nuestra espalda y sí, también nos sorprende esa maravillosa sonrisa en el rostro y la vemos en el espejo de los otros rostros porque nos la reflejan.

Hoy decidí caminar más erguido y perder esa joroba. ¿Ves? Estoy sonriendo.

lunes, noviembre 05, 2007

Máscaras mexicanas

Un lugar común de la cultura mexicana es que los mexicanos se ríen de la muerte, la hacen calavera de azúcar, la enfrentan en la fiesta brava, la desdeñan en sus canciones "la vida no vale nada". Pero creo que en el fondo, como esa imagen del charro, estereotipada por Pedro Infante, somos una machos cobardes. Si Pedro Infante era mujeriego, borracho y pendenciero, su mamita (virgencita de guadalupe casera) era quien dirigía su vida como un niño charro adulto. Todas las mujeres eran unas imágenes de Lilith: el mal personificado, únicamente salvada la figura de la madre. Esa madre, dadora de vida que se sentía con el derecho de quitar lo que había dado, abusiva y manipuladora, más machista que los hijos, que decidía qué mujer le convenía al hijo, es otra forma de enmascarar el miedo a la Muerte.

Que los mexicanos se burlen de la muerte es una máscara que oculta el pavor hacia ella. Doble terror: a la muerte y a la mujer (acaso las mujeres de Juárez sean chivos expiatorios de este incosciente).

El mexicano dice que no teme a la muerte, que se ríe de ella, como un niño aterrorizado encerrado en un cuarto y que grita desde dentro: no se acerquen, tengo una metralleta, un misil con ojiva nuclear y no dudaré en usarlo. Y la triste realidad es que sólo está arropado con su perenne miedo.

La muerte, la pelona, la descarnada, la Llorona que asesinó a sus hijos y nunca tuvo compasión por la carne de su carne, la sangre de su sangre nos aterroriza. Los mexicanos tememos también la muerte, como todos, como todos también la sufrimos a veces enloquecidamente.