Nihil novum sub sole o Déjà vu

lunes, julio 31, 2006

Quemar las naves

Recuerdo un hermoso pensamiento de Octavio Paz en La llama doble, en el que habla de la más grande libertad. Yo, en pleno ejercicio de mi libertad, la cedo a ti, amada mía.

viernes, julio 28, 2006

El animal ceremonioso III

Ayer cumpliste, mamá, 8 años de ejercer el oficio de difuntos. ¿Y cómo estoy contigo?
No lo voy a negar, aún el rencor no me abandona, pero comprendo que no pudo de ser de otro modo. ¿Cómo pudo haber sido de otra manera? Espero que realmente descanses ya, sufriste toda tu vida, mamá, y nosotros sin saberlo. Descansa, el martirio de la vida para ti terminó. Ahora tus hijos, mamá, somos quienes arrancamos felicidad a la amargura.

lunes, julio 17, 2006

Luisa Lane

Como todo padre de familia, estuve obligado a ver Superman regresa, pero no hubiera imaginado que mi fetichismo fuera alimentado tan gratamente con los pies de la hermosa señorita Lane.

El director, me parece, vio la belleza de la guapa actriz (no sé cómo se llama, aunque es del tipo reinita de Naboo), pero vio más allá: algo que con los relámpagos de rápidas imágenes se queda grabado en el espectador: los eróticos pies de la señorita Lane. Para deleitarnos, el director la hace descalzarse los zapatos formales de tacón alto y sí, nuestro voyeurismo es saciado con creces: son hermosos esos pies con las uñitas pintaditas.

A lo largo de la película, la señorita Louise Lane ya plenamente consciente de su enorme poder de seducción se las ingenia para excitarnos inocentemente con sus pies, con sus zapatitos, con sus piernas.

No sé de qué trató la película. Sólo sé que los pies de la señorita Luisa Lane me procuraron una deliciosa excitación.

lunes, julio 10, 2006

La nave de los locos

Y he ahí que vimos cómo ascendían las almas enardecidas por el puente del muelle a la cóncava nave. El hombre, ataviado atávicamente con la túnica blanca y mirando en lontananza, como vislumbrando el futuro, el único posible, aguardando a que los rebaños de almas llenaran el navío. Él, con sus manos sujetas fuertemente al timón amarillo con rayos negros, semejando el decadente sol que moría en su ocaso, apuraba a todas esas ánimas que buscaban el resplandor, el rayito de esperanza.

Todos en el muelle mirábamos atónitos el espectral espectáculo. Las cuencas vacías de los ojos de las almas miraban sin mirar, sus pies los acomodaban en el navío pero sin moverse, flotaban a la voluntad del Gurú, del Chamán, del Elegido.

Desde nuestra vista, ese navío se mostraba herido, con velas hechas jirones, con el maderamen emputrecido como el anhelo del Chamán. Nadie tuvo la precaución de taponar sus oídos con cera ni de atar al mástil al Gurú. Sabíamos a dónde irían todos: a escuchar el hermoso y dulce canto de las sirenas...

Ya sueltan amarras, ya recogen el áncora, ya el rechinido de maderas comienza su monótono vaivén, ya se pierde la nave en el horizonte rumbo a los peñascos en los que cuentan que se escuchan los hermosos cantos que luego, quien escucha con más atención, se vuelven lastimeros lamentos.

Otra vez -y ya cuántas van- esas ánimas han vuelto a naufragar.