Nihil novum sub sole o Déjà vu

miércoles, diciembre 05, 2007

Asfixia

No hay peor censura que la autocensura. Y todavía más si el inconsciente nos hace ahogarnos literalmente las palabras.

Esto sería un muy buen comienzo de una novela, pero en realidad es mi experiencia, caray. Estoy dándole vueltas a por qué me asfixio, qué es lo que me quiero callar. Y justo en esta semana hablaba con mi hijo acerca de un sueño que tuvo y yo le mencioné que debemos platicar con nuestro inconsciente, claro en sueños, que es como se comunica con nosotros. Joder, es tan fácil ver la paja en el ojo ajeno, es tan obvia la neurosis en los otros y qué difícil conocernos. Paradoja que ya vio Patrick Suskind en El perfume, Jean-Baptiste Grenuoulle tiene le mejor olfato del mundo y de la historia, así es como conoce, como se apropia del mundo, ¡pero él carece de olor!

Así estoy yo: averiguando qué diablos me estoy autocensurando, qué carajos no dejo salir de mi garganta. ¿Acado me castigo porque no canto, no escribo poemas? Bueno, esto podría ser un paso.

martes, diciembre 04, 2007

Un dolor que me hace reflexionar

Últimamente he estado muy mal de la garganta: tos, irritación, carraspera. Y he consultado a la médica y me ha recetado y medicado. Y mi garganta cada vez peor. Hasta anoche que decidí que ya no más.

Las noches del jueves, viernes, sábado y domingo me asusté muchísimo y aún más a mi pobre mujer: se me cerraron las paredes de la garganta y no podía respirar, me estaba ahogando. Ella, siempre ella, me dio respiración de boca a boca y volví a respirar. La angustia de la asfixia es terrible, la angustia de saber que pasará nuevamente, peor. Me hizo perder seguridad en mí mismo, tenía miedo de estar solo puesto que necesitaba de otra persona para que me diera respiración. Y mi garganta irritadísima, resequísima, recordándome mi vulnerabilidad, mi mortalidad, mi dependencia de otras personas.

Anoche descubrí que lo que tenía era miedo, que el miedo me estaba habitando por completo y que yo estaba agazapado dentro de mí, dejando al miedo como señor de mí mismo.

Continúo tomando las medicinas prescritas, pero con la voluntad de sentirme bien y voilá, anoche estuve a punto del sofoco, pero me controlé y no sucedió. Entonces sentí que tenía ganada la batalla, al menos por esta noche. Y hoy mi garganta está mucho mejor, aún irritada, pero ya no temo a la asfixia.

Y ahora pienso si mi garganta no es el campo de batalla entre mi corazón y mi cerebro, entre mis emociones y mi razón. He ahí un conflicto. Debo averiguarlo y dejar de somatizar. Además ¿por qué asustar así a mi mujer? ¿Por qué castigarme a mí mismo con tanta saña?

Sosiego y reflexión. ¡Dios, qué difícil es el equilibrio!