Miedo al silencio
El último de los amuletos de la contemporaneidad es el teléfono celular.
Si los hombres primitivos usaban amuletos para exorcisar los demonios del mal de ojo, de la catástrofe (un terremoto, una inundción, una erupción), de la muerte a manos del destino (ese dios impredecible y aterrador que aguarda debajo de una piedra, en la punta de una flecha envenenada, en las fauces de un animal) y en general del miedo al mundo externo, en nuestros días, ese comportamiento primitivo lo veo en el teléfono celular. Ese disfraz de modernidad tecnológica no le quita su verdadera identidad de amuleto contra el miedo a ese otro gran demonio: la Soledad.
Las personas llaman, envían mensajes, la mayoría de las veces triviales, sólo para apaciguar la angustia de la soledad. Es un grito de "Hey, aquí estoy, aquí, en lo profundo de este pozo, quién está allá arriba, sálvenme".
Tantos millones de personas, tantos medios de comunicación y cada uno está irremediablemente solo: el silencio me hace pensar en mí mismo y yo mismo soy una soledad, y si soy soledad entonces soy lo que más me aterra!
Sólo así me explico ese frenesí carísimo de hablar obsesivamente, de enviar mensajes obsesivamente, de chatear obsesivamente: para olvidarnos de nosotros mismos, para emborracharnos en la ilusión de que estamos acompañados en este desolado mundo.
Quien sabe convivir con su soledad, ha logrado matar al demonio y está a salvo de la angustia.
Si los hombres primitivos usaban amuletos para exorcisar los demonios del mal de ojo, de la catástrofe (un terremoto, una inundción, una erupción), de la muerte a manos del destino (ese dios impredecible y aterrador que aguarda debajo de una piedra, en la punta de una flecha envenenada, en las fauces de un animal) y en general del miedo al mundo externo, en nuestros días, ese comportamiento primitivo lo veo en el teléfono celular. Ese disfraz de modernidad tecnológica no le quita su verdadera identidad de amuleto contra el miedo a ese otro gran demonio: la Soledad.
Las personas llaman, envían mensajes, la mayoría de las veces triviales, sólo para apaciguar la angustia de la soledad. Es un grito de "Hey, aquí estoy, aquí, en lo profundo de este pozo, quién está allá arriba, sálvenme".
Tantos millones de personas, tantos medios de comunicación y cada uno está irremediablemente solo: el silencio me hace pensar en mí mismo y yo mismo soy una soledad, y si soy soledad entonces soy lo que más me aterra!
Sólo así me explico ese frenesí carísimo de hablar obsesivamente, de enviar mensajes obsesivamente, de chatear obsesivamente: para olvidarnos de nosotros mismos, para emborracharnos en la ilusión de que estamos acompañados en este desolado mundo.
Quien sabe convivir con su soledad, ha logrado matar al demonio y está a salvo de la angustia.